El encantador de mariposas

Dibujos de Manuel de Ossuna Saviñón. Fondo Casa Ossuna. Archivo Municipal de La Laguna

Dibujos de Manuel de Ossuna Saviñón. Fondo Casa Ossuna. Archivo Municipal de La Laguna.

    Este era un fabricante de sueños. Un fabulador fabuloso, que inventaba historias con que fascinar a las alegres mariposas. Un poco fanfarrón, eso sí, pero fantásticamente dulce. Antes fue faquir, pero las púas aceradas le pasaron factura y decidió cambiar de faceta. Se dedicó al fantástico mundo de la farándula y, con un faraónico esfuerzo se travestía cada noche para entonar fados con voz de falsete, imitando, como un patético farsante, a la famosa Amalia. Tampoco le fue bien y sus ilusiones fallaron.

     Estaba a punto de desfallecer ante sus intentos de favorecerse una existencia llena de momentos fastuosos, cuando, en lo oscuro de su retiro, se le acercó un lepidóptero nocturno. Era de luna nueva la noche y la mariposa distraída vino a tropezar con las fauces del fatigado aspirante a infatigable fabulista. Aquel encontronazo lo sacó de la fatal tristeza que, de a poco, lo fagocitaba por completo. Con inicial fastidio miró al suelo, contrariado, farfullando no sabemos qué maleficio. Fijó su vista en el contorno de sus pies descalzos y, sintiendo un roce casi imperceptible, encontró a una hermosa mariposita con alas de faisán multicolor. Mustia y aturdida, del suelo la recogió y, casi sin pensarlo, improvisó unos versos amorosos que sacaron a la bella lepidóptera de su trance fantasmal. Agradecida, estiró de nuevo sus antenas para atrapar el olor del humano jazminero y, desenrollando su lengua, probó el jugo de sus labios de poeta. El beso, finito y delicado, se convirtió en el fármaco infalible contra su impertinente fracaso.

     Consumado el flechazo, mariposa y fabulista se fajaron en traspasar la fachada de lo posible. El cortejo se prolongó hasta el límite de sus fantasías. Así fue cómo, después de la explosión seductora, el hombre que fue faquir y farandulero, encontró la vereda de su felicidad.

     Aprovechando los huecos que los clavos de su diabólica cama dejaron en su espalda, el estrenado fabulador se colocó cuatro alas de vistosos colores, se alargó su lengua y se dedicó a volar por el mundo, a danzar, a segregar aromas fascinantes, cautivadores. Y así, emparejándose locamente, metamorfoseándose con delirio, encontró, finalmente, el secreto misterio de la inmortal satisfacción.

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