Isla que se quema

Foto: frame de un video de Laura Fariña. Publicada en noticiasfuerteventura.com

Es mañanita ya. Subo rápido a la azotea de mi casa a mirar parriba. Trato de engañarme, de pensar que no, que no está pasando. Pero abro la puerta y ya no me hacen falta los ojos. El olor a madera quemada, el aire denso y oscuro me dice que no es un sueño. Los quejidos de la Isla se meten por mi piel y mis generaciones de antes y de después se agolpan en mi memoria, se abrazan, asustadas y yo no sé qué decirles, no sé que hacer. Y me derrumbo y empiezo a llorar, a resquebrajarme, a quemarme también. Lo siento Isla, lo siento abuelo, lo siento madre, lo siento hijos. Solo puedo abrazarme a ustedes y vaciarme de lágrimas para sentir alivio. Y sé que no estoy solo. Que hay mucha gente llorando. Y maldiciendo. Se nos quema la memoria, la vida. Los recuerdos se estallan en la noche y en este día triste. Abuelo Domingo echándose una siesta bajo la acogedora sombra de cualquier pino, padre Manuel subiendo a coger leña para cambiarla por aceite, madre preparando un guiso papas con leñita que nos mandó a recoger por los alrededores, mi propia imagen mil veces repetida entre las veredas, con mis hermanos del barrio, pateando, con mi compa recogiendo agua de tus entrañas, con mis hijos aprendiendo de los brezos y de las jaras, de los pájaros, de los lagartos. El dolor es fuerte. Te rompe. Es colectivo. Es dolor de todas. El duelo será largo y tendremos que estar juntas.

Y no hay dolor sin rabia. Y la rabia no puede quedarse dentro. Por eso aprovecho el traqueteo de los helicópteros para que esparzan mis gritos: ¡malnacidos!, ¡mierda, mierda, mierda!, ¡hijoputas!, ¡mecagoenlamadrequelosparió! No sé a quién me dirijo, pero no puedo parar de maldecir.

Entre vuelo y vuelo, el silencio se apodera de mis calles. La gente está en sus casas. Asustadas, llorando también, seguro. Nos sentimos huérfanas de futuro. Vacías de pasados que desaparecen abrasados, como tus acículas y tu corteza, hermano pino. La Isla está infartada. Le duele respirar. La codicia de tantas la puso al límite. Pero no preocuparse, señores y señoras turistas, esconderemos nuestro dolor, nuestras vidas calcinadas. En nuestros rostros seguirá la sonrisa con que cada mañana les serviremos el desayuno y les limpiaremos sus camas y sus retretes. Por favor, no se asusten, ustedes están seguros, les construiremos un paraíso de cartón piedra si hace falta, pero sigan viniendo que nuestras cuentas corrientes son insaciables. Esto no es culpa nuestra. Es de la “ola de calor” y de este incendio que tiene un “comportamiento inusual”. Tranquilos, no cancelen sus viajes. Las piscinas están llenas, las hamacas preparadas y los grifos de cerveza en su punto de frio. Y les prometemos sorpresitas: otro campito de golf, otro complejo “luxury” con miles de camas y piscinas chachis, dos carriles más pa’ llegar rapidito a los aeropuertos, un circuito de carreras pa’ que se diviertan un rato y unas buenas orejeras pa que no vean la vida achicharrada cuando suban a pisotear el Teide.

Hoy soy un poco menos. Se me calcinó el monte verde que me abraza cuando sobreviene la angustia, que me acompaña y me cobija. Ahora solo queda acumular tus cenizas, someterte a cuidados intensivos y escoltar tu regreso lento a la vida. Mimarte pa’ que Ancor y Jonay te sigan amando, como te amamos nosotras, Madre Isla. Por ahora solo eso, porque los ojos nublados ya no me dejan seguir escribiéndote. Es hora de llorar, sin consuelo posible, solo llorar hasta vaciarme. Será pronto. Luego empezaré a desalojar la rabia y a llenarme de rebeldía. De lucha sin cuartel a la ultraperiférica sinrazón. Basta ya, joder.